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lunes, 25 de mayo de 2015

Carlos Gardel: El milagro de la voz - por León Magno Montiel @leonmagnom

“Es como poner en la vitrola 
un disco de Gardel, 
calles de fuego 
de su barrio irrompible”.
Juan Gelman (Buenos Aires, 1929-2012) 


El sábado 18 de mayo de 1935, si las emisoras en Maracaibo hubiesen anunciado que llegaba a la ciudad Charles Romuald Gardés para brindar varios conciertos, los parroquianos de entonces se hubiesen preguntado ¿Quién es ese cantante?. Ochenta años después, vemos las fotos en sepia de esa exitosa gira musical, el recorrido electrizante del francés con alma rioplatense por las calles de la capital petrolera, quien desechó su nombre galo, el que aparece en su partida de nacimiento, y se hizo llamar Carlos Gardel.

Ese cantor era un genuino tolosano, nacido el 11 de diciembre de 1890 en un hospicio para madres solteras. Se convirtió en el mayor mito del canto criollo, hijo de un comerciante que terminó como asaltante, experto ladrón de caja fuertes, por ello pagó varios años de cárcel, de nombre Paul Jean Lassere, un hombre casado y con hijos. Tuvo un affaire con Berta Gardés, una humilde francesa, y esta quedó en estado de Carlos. Debido a ese desliz fue expulsada de su casa por deshonrar a la familia, y zarpó con su bebé hacia Argentina. Viajaron en tercera clase, casi sin vituallas, con poca agua, llegaron al puerto de Buenos Aires cuando su hijo tenía dos años de edad. Berta trabajó en un taller de planchado; mientras realizaba la dura faena, el niño jugaba en las calles del barrio Abasto, allí conoció las milongas, valses, el tango, el baile porteño acompasado. 

A pesar de que su madre Berta realizaba un oficio menor, y que nunca tuvo a un caballero a su lado apoyándola, educó a su hijo en buenos institutos: el Colegio Salesiano, le pagó clases particulares de canto y piano, lo que ayudó a desarrollar el inconmensurable talento innato de Charles Rumuald. Él poseía un porte elegante, distinguido, su voz tenía múltiples matices, con tesitura de barítono atenorado. De natural simpatía, reflejada en su permanente sonrisa y jovialidad. 

Sus inicios en la música fueron en la calle, imitando a los payadores, estos fueron su espejo y guía. Comenzó a cantar en dueto con José Razzano, un vecino del arrabal, talentoso guitarrista. Carlos Gardel también ejecutaba con solvencia la guitarra, tenía un oído armónico, una afinación a toda prueba. Los primeros que lo oyeron cantar describen su talento con adjetivos de este tenor: de garbo varonil, con una voz profunda al hablar y al cantar, de simpatía desbordante, de estilo porteño, seductor, apasionado del hipismo y el boxeo. Era gentil con las damas, malquistaba a los envidiosos, un francés aporteñado con facilidad para enamorar a las féminas, músico impecable, hombre de gestualidad teatral.

La Maracaibo que Gardel pisó el 18 de mayo de 1935, comenzaba a disfrutar de la radio, había visto nacer el cine unas pocas décadas antes, tenía una notoria influencia francesa y estaba atrapada por los encantos del tango: esa era la música que identificaba a todo el continente. El cantor llegó a bordo del vapor Libertador, lo recibieron las sirenas de todos los barcos anclados, con pirotecnia desde las dársenas y cañonazos de salva en los cerros. Desembarcó en los atracaderos de La Ciega, cerca de la primera sede de la Universidad del Zulia, venía acompañado del compositor Alfredo Le Pera y de los guitarristas Guillermo Barbieri y Santiago Riverol. El 19 de mayo actuó en el Teatro Metro, luego recorrió la ciudad y se hospedó en el Hotel Granada. El 20 de mayo cantó en Cabimas, una actuación con muchos inconvenientes. El día 22 tuvo una doble función en el Teatro Baralt, que para ese momento celebraba sus 52 años de fundado, era el principal templo de la cultura en la ciudad, remodelado por el belga León Höet. La ciudad se rindió a los pies del bardo, quien a duras penas pudo pernoctar en el Hotel Granada en la carretera Unión, desde donde tenía una imponente vista al lago, pues permaneció rodeado de sus efusivos admiradores.

Exactamente 32 días después de salir del puerto marabino rumbo a Curazao, Gardel murió calcinado en el aeropuerto de Medellín, víctima de la imprudencia del piloto colombiano Ernesto Samper Mendoza. Su cuerpo, junto al de 18 personas más, se hizo cenizas en minutos, pues su muerte la produjo el incendio pavoroso desatado por el choque de dos aeronaves. Fue sepultado en el cementerio de San Pedro luego de ser llevado en hombros por miles de seguidores antioqueños. Desde entonces, esa capital andina es una catedral del tango.