“Nacimos pequeños y ya llenamos la tierra.
Al principio fue la semilla, ahora,
es la planta grande y esplendorosa.
Y todo, decíamos admirados, es obra tuya”.
Pedro Trigo S.J. (España, 1940)
León Magno Montiel |
Su llegada por la trilla principal de San Francisco, montado en una vieja bicicleta, causó gran revuelo entre los parroquianos. No sólo por el polvorín que se levantó del arenal reseco como una costra en la piel de un reptil, sino por estar vestido con sotana negra y una tirilla blanca, reluciendo en su cuello. Era un individuo muy delgado, de pronunciadas entradas, su rostro lo coronaba una sonrisa de niño. Eran mediados del año 1953, llegaba el clérigo Luis Guillermo Vílchez Soto, oriundo del caserío El Caimito en el municipio Miranda, el cuarto hijo de un pescador llamado Desiderio Vílchez y la maestra Josefa Soto. Lo recibía el pueblito de abnegados cebolleros y piragüeros, distinguido con el nombre del santo más parecido a Jesús de Nazareth: Francisco de Asís, el humanista creador del pesebre navideño, el mayor ejemplo de austeridad y entrega a sus semejantes, en la historia de la humanidad. El joven sacerdote Luis Guillermo llegaba para regir los destinos de esa comunidad católica sureña.
Monseñor Luis Guillermo Vílchez |
Ese mes de julio del año 53, comenzaba su período de ocho anuarios frente al país el General Marcos Pérez Jiménez. El curita Vílchez apenas tenía 29 años de edad, se había ordenado en la Catedral de Maracaibo, ante Monseñor Marcos Sergio Godoy el 5 de diciembre de 1948. Asumía la responsabilidad de ser párroco de una iglesia casi en ruinas, la que levantó y le dio jerarquía de Basílica Menor cinco décadas después. Allí permaneció por 60 años, realizando una fecunda siembra cristiana. El templo estaba ubicado frente a la plaza Rafael Urdaneta, diagonal a la vetusta escuela Mariscal de Ayacucho, construida por iniciativa del erudito Jesús Enrique Lossada, inaugurada en 1937, justo en el camino que llevaba a la parroquia fundacional: El Bajo. Entonces, San Francisco era un territorio bucólico, campo fértil para las hortalizas, tenía criaderos de caballos y perros imponentes de la raza pastor alemán, que fungían como cuidadores de rebaños. Cual mastines, resguardaban el ganado ovino.
Desde niño, Luis Guillermo manifestó su gusto por los deportes, en especial, el baloncesto y el beisbol. Los practicaba, los impulsaba en su comunidad. Luego de ordenado, estuvo asistiendo como sacerdote a la comunidad de Isla de Toas durante un lustro. Allí conformó los primeros equipos isleños en esas disciplinas. Él promovía la práctica deportiva como un vehículo de sano esparcimiento, útil en la preservación de la buena salud y el sentido de equipo. Estaba convencido de que ayudaba a crear conciencia de ser miembros de un colectivo, y a tener una actitud colaborativa con los conciudadanos.
El padre Vílchez había realizado sus rigurosos estudios de filosofía y teología en Caracas, era un asiduo lector. En la soledad de su casa cural, rodeado de palmeras y un ceibal, devoraba antiguas novelas de caballerías, poemas del siglo de oro, biografías de hombres con vidas edificantes, salmerios y encíclicas. Sin embargo, tenía una alta valoración y afecto de la cultura popular zuliana: la gaita y la danza. Esa devoción por nuestro folclor lo llevó a fundar cuatro agrupaciones gaiteras. La primera fue el Conjunto San Francisco en 1962, con ellos grabó el clásico “La mujer maracaibera” en los estudios de Radio Catatumbo; fueron pioneros en ese mundo del vinilo y acetatos:
“En la tierra de Rafito
las mujeres son hermosas
que brillan como las rosas
prendidas del infinito”.
En 1968 impactaron en las emisoras de todo el país con la gaita “Nuestra bandera” de la autoría de Euro Morán, cantada por su hermano Emiro Morán:
“Bandera anunciadora de regocijo
llevada por la mano de los zulianos
trillando los caminos venezolanos
para cantar la gloria de nobles hijos”.
Cuando presentaba a su conjunto, el Padre Vílchez con singular maestría, solía recitar los estribillos que iban a interpretar. Uno de sus preferidos era este:
“Hagamos de la gaita nuestra bandera
compañera por siempre del marabino
que vaya abriendo rutas y haciendo amigos
por los anchos caminos de Venezuela
desde el hermoso lago del Catatumbo
hasta el inmenso llano y la cordillera”.
En 1972 crea la agrupación infantil Zagalines del Padre Vílchez. Para su nombre tomó el vocablo de origen árabe; zagal, que significa joven pastor. La agrupación conformada por adolescentes, todos alrededor de 11 a 13 años, tuvo un éxito resonante. Ellos grabaron temas de importantes compositores, autores consagrados, como Astolfo Romero, Ramón Rincón, Luis Ferrer, Jairo Gil.
Con Los Zagalines, el Padre Vílchez recorrió buena parte de Venezuela, hizo una gira a Monterrey, México. Dejó un catálogo gaitero con más de 50 éxitos que tiene absoluta vigencia, y sigue siendo la nota de inspiración de las agrupaciones infantiles actuales.
Esos gaiteritos crecieron, se hicieron mujeres y hombres comprometidos con la gaita. En 1977 aceptaron el llamado del Padre Vílchez para crear una nueva agrupación, más madura, que llamaría Los Zagales, con figuras de la talla de Daniel Méndez, las hermanas Merly y Magda Guerra, Alberto León y Panchito Fuenmayor como director musical. Los acompañó una pléyade importante de compositores, donde destacaron Miguel Ordoñez, el psicólogo Carlos Narváez Malavé, Jairo Gil, y el propio Luis Guillermo Vílchez Soto. Con esa, su tercera agrupación gaitera, en el álbum “Un siglo de amor”, realizó la despedida poética a su madre Josefa “Mavieja”, la querida maestra de Los Puertos de Altagracia, quien murió a los cien años de edad:
“Ya presiento tu partida
y estoy preparando el viaje
una gaita será el traje
con que lucirás vestida.
Cinco antorchas encendidas
dispuestas para alumbrar,
un sacerdote un altar
para guiar tu camino
hacia el eterno divino
donde nos vas a esperar”.
En 1989 creó su cuarta agrupación “Las espiguitas del Padre Vílchez”. Nacieron de su escuela en la parroquia San Francisco, con instrumentistas de la calidad de José Pokemón Ferrer, Germán Ávila Jr, Ramir Salazar. Los cantantes eran, en su mayoría, los nietos e hijos de Los Zagalines pioneros de los años 70.
León Magno Montiel junto al monseñor Luis Guillermo Vílchez |
En las cuatro agrupaciones que creó el Padre Vílchez, él fungió como animador, era su presentador estelar. Poseía un gran carisma, humor y verbo de sabio orador. Esa destreza para animar, lo llevó a realizar en 1987 un programa de televisión en la planta Niños Cantores Televisión. A ese espacio lo llamó “Catacumba”, en homenaje a los primeros cristianos perseguidos y asediados por los romanos, quienes se refugiaban en los cementerios, en sus cámaras subterráneas, llamadas catacumbas. “Catatumba por NCTV” fue un buen programa de preguntas culturales, ameno concurso basado en la historia bíblica. Una vez más, el Padre demostró su don de comunicador innato. Además, era un gran humorista, excelente contador de chistes. Si usted lector, coloca en la red You Tube “Chistes del Padre Vílchez” se sorprenderá, no sólo por la cantidad que aparecen, sino por su genialidad al contarlos.
Están vivos en la memoria colectiva, los programas realizados junto a su fraterno amigo Ramón Soto Urdaneta en Radio Popular 700AM. Tertulias que conllevaban una brillante defensa de nuestra identidad musical, con absoluto respeto a nuestros valores musicales y a la gaita genuina.
El inconmensurable aporte del presbítero Vílchez Soto, estuvo direccionado en tres áreas de gran impacto en la vida sanfranciscana. La primera, la mística-religiosa, su apostolado cristiano, su égida como párroco sureño. La segunda, en el área de la educación primaria y secundaria, que brindó con gran calidad. La tercera, en la cultura y el folclor, él logró rescatar y promocionar la gaita. Era un sacerdote con una gran visión social, con una praxis transformadora en la educación. La concebía como la auténtica formación integral de la persona y la gestora de su liberación. Ese concepto lo concretó en la creación de la escuela y el liceo de San Francisco, con un alto nivel de exigencia educativa, con rigurosa disciplina y formación humanística.
Como ministro de Dios, alcanzó la jerarquía de Monseñor, recibió los homenajes más emotivos de su feligresía, de los servidores marianos, la jerarquía eclesial. Fue capellán del Papa Juan Pablo II. La grandeza de su apostolado cristiano y cultural se reflejó en el tema que escribió en el año 2004 Carlos Luis González, con música de Renato Aguirre, lo tituló “Canción de bronces”. Su intérprete fue su sobrina Priscarlina Vílchez:
“Hace tiempo un soñador
tomó senderos cristianos
y en pueblo sanfranciscano
su humildad sembró una flor
y fue cultivando amor
entre espigas musicales
Zagalines y Zagales
brotaron cual manantiales
de los surcos del folclor”.
Ese año mi voto, tanto en el Festival “El Zulia elige la gaita del año”, como el Premio Virgilio Carruyo, fue por ese tema, por su belleza poética y su giro melódico, y por ser un justo reconocimiento a la labor pastoral que había realizado “el socio, el curita”. Entonces, había llegado a 50 años de misión pastoral, desde su arribo de la Costa Oriental, montado en su vieja bicicleta, entre la tolvanera y la agitación de los parroquianos.
El estribillo de esa gaita, interpretado por Las Espiguitas, lo describe como ser espiritual, premiado con el don de la longevidad:
“Canción de bronces, misa de once
palabra santa, que al alma imantan
y en los confines Los Zagalines
sus gaitas cantan.
Alma de niño, canas de armiño
visten su pelo, su piel fruncida,
pero su vida, vibra de anhelo”.
La tarde del 30 de agosto de 2013, el corazón de Monseñor Luis Guillermo Vílchez se detuvo, terminó su recorrido de 89 años por las trillas de Dios y de la rada sureña. El corredor vial que lleva su nombre se vio vacío, mientras sonaban los bronces del campanario que anunciaban su deceso. El curita que dedicó seis décadas a la transformación de San Francisco, pueblo donde sembró la palabra de Cristo y hermosos versos gaiteros, y que lo vería marcharse para siempre. Dejó sus enseñanzas, su legado espiritual y su música. Motivó el orgullo de sentirse sanfranciscano y de ser digno habitante de una ciudad con gente de múltiples talentos: artistas, artesanos, pescadores e intelectuales que reconocen su talente de pionero. Reforzó la autoestima del sureño genuino.
A él, le ofrendamos nuestro llanto desde la hondura de la tristeza, para después celebrar su legado, su larga y fecunda visita. La semilla que sembró, ahora es planta grande y esplendorosa, llenando la tierra, como bien dijera el salmista Pedro Trigo SJ.
Quizá, ahora el curita esté recorriendo cielos lejanos en su vieja bicicleta.
León Magno Montiel
@leonmagnom
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