Alejandro Fuenmayor |
Nos autocriticamos mucho (y con razón) por la pasividad, conformismo, resignación con que asumimos el pisoteo de derechos ciudadanos y hasta humanos que, de Perogrullo, deberían tener severas sanciones correctivas.
El día que el expresidente de la Sala de Casación Penal del Tribunal Supremo de Venezuela (la máxima instancia constitucional de la República) dijo en confesión pública por televisión, horas antes de acogerse al plan de testigos protegidos de la D.E.A, que casi todos los presos políticos de esta patria tienen una condena írrita, que se fabricaba los viernes en reunión en la Asamblea Nacional, y a la cual asistían las cabezas de los dependientes poderes públicos venezolanos (judicial, moral, electoral), junto con el vicepresidente. Cuando relataba el referido señor, devenido en desgracia por el régimen, cómo era el propio presidente de la república de ese momento.
El fallecido Hugo Chávez (que muchos se molestaron en mi artículo anterior, cuando dije que estaba en pleno estado de descomposición, me alegró mucho esto, a ver si dejan la idolatría con alguien que no fue un dios, sino un bribón) ordenó personalmente la sentencia contra los comisarios Forero, Vivas, Simonovis, la jueza María Lourdes Afiuni y el comisario y diputado zuliano José Sánchez Mazuco.
Estaba yo pasmado de la rabia e impotencia al ver tanta injusticia confesada con tanto desparpajo, y seguía vomitando fechorías el otrora juez todopoderoso. Relató que lo del bus de los “paracachitos”, el cual justificó el saqueo y robo de la finca “Dacktari” de Robert Alonso y la acusación a éste y a las docenas de indocumentados colombianos que viajaban en el autobús, fue un burdo montaje en el que detuvieron a unos inocentes al llegar a una panadería para comprar “cachitos”, y los acusaron de magnicidio. Fue un burdo montaje, en el cual participó el propio magistrado.
Después de escuchar éstas y otras prevaricaciones que ahora no recuerdo, yo me imaginé que en Venezuela, al otro día, no amanecería gobierno, o que por lo menos se convocaría a una reunión extraordinaria de la Asamblea Nacional para debatir aquellas atrocidades, que determinaban que en el país no existía ningún ápice de justicia y que cualquiera podría ser la próxima víctima de la cruel junta inquisidora, liderada por el capo presidente (gracias a Dios, ya fallecido).
Pero no, no pasó nada. Al día siguiente era día de fiesta nacional y funcionarios de gobierno, y también de oposición, vivieron un día de asueto normal, como si quien hubiera hablado lo hubiera hecho de un bote de aguas blancas en un sector cualquiera, como si las palabras viniesen de cualquier hijo de vecina y no de quien fuera el todopoderoso juez Eladio Aponte Aponte.
Cosas parecidas, de reacción colectiva, supuse que sucederían cuando dejaron morir de hambre a Franklin Brito, burlándose de su reclamo; en el momento en que Walid Makled contó con orgullo y todo lujo de detalles cómo generales plenamente identificados por él, le permitían sacar miles de kilos de cocaína pura desde Maiquetía en sus aviones de Aeropostal; la pérdida por descomposición de miles de kilos de alimentos por negligencia y corrupción oficial, popularizándose el hecho como el “caso pudreval”; y tantos otros, como la trágica explosión de la refinería de amuay en Falcón, hace un año, que por una aparente fuga de gas propano dejó un saldo oficial de 55 muertos y 156 heridos.
Es la fecha en las que las causas de la desgracia no tienen responsabilidades claramente determinadas, y, por lo tanto, persiste el peligro de nuevos episodios. A ese escenario concurrió el presidente hoy muerto (gracias al Señor), y pronunció aquella frase, de tan mal gusto para todos, que era una burla para los dolientes de las víctimas: “la función debe continuar”.
Aquellos que se quejan (con razón) de tanta pasividad criolla deberían apoyar con vigor a nuestra valiente diputada María Corina Machado, quien junto a otros diputados se apersonó al lugar del siniestro (Amuay) al conmemorarse un año del mismo y solicitó del CRP de la refinería un informe para proceder legalmente, y así no solo evitar la impunidad, sino garantizar las vidas de quienes laboran en la principal industria de Venezuela.
Estoy seguro que María jugará con su valentía un papel decisivo en la transición de poder de los próximos días. Ella no es como otros que los chantajean y se acobardan. la María es una mujer con luz propia y esa luz alumbrará a los venezolanos en este mes en que todo cambiará: septiembre.
Alejandro Fuenmayor
Periodista
Twitter: @conspirador1957
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