jueves, 17 de septiembre de 2015

El paradigma del ruido - por León Magno Montiel @leonmagnom

“La música es la creación humana capaz
de producir deleite estético o un choque.”
Wladyslaw Tatarkiewicz (Varsovia, 1886-1980)

El concepto tradicional de música es básico y atinado: “Es el arte de combinar los sonidos”. Al revisarlo noto la ausencia de los silencios, tan importantes en toda obra musical. Una de las creaciones de John Cage (EEUU, 1912-1992) tiene un su desarrollo un silencio de casi cinco minutos, que ha llegado a desconcertar a los auditorios. Los silencios son el fundamento en el primer movimiento de la obra sinfónica “La mer” del francés Claude Debussy de 1905, la pieza maestra del impresionismo. Podemos afirmar con propiedad que toda obra musical parte del silencio, la surcan silencios y termina con el silencio absoluto.

Hoy en día los musicólogos incluyen el ruido en la definición de la música, como lo afirma el célebre sociólogo argelino Jacques Attali (Argel, 1943) en su libro “Ruidos” publicado en 1977, obra que se ha convertido en un clásico sobre la música y la sociedad: “Desde hace veinticinco siglos el saber occidental intenta ver el mundo, todavía no ha comprendido que el mundo no se mira, se oye. No se lee, se escucha”. Attali agrega: “en el ruido se leen los códigos de la vida, las relaciones entre los hombres, sus clamores.”

Con el impulso de nuevos géneros musicales como el reguetón, el urban y el rap, pareciera que se refuerza ese concepto paradójico de la música: “Somos lo que sonamos”. El ruido pasa a ser un elemento estético, como una disonancia, es decir; dos notas tan cercanas que sus ondas chocan entre sí y se perturban. ¿Cómo podemos saber con absoluta certeza si René Pérez Jolgar, el líder del grupo Calle 13, es afinado al cantar, o si tiene buena respiración en su fraseo? La gente lo considera músico y él solo habla, rapea, hace un recitatorio rimado en cada show. 

Creo que el amigo “Residente”, parece un instrumento de percusión de sonidos no determinados, es decir, no emite notas, solo ritmo en base a percutir, como un bongó o un tambor. Sus producciones, ¿Son la mitad de la música entonces? Sin desmeritar el poder del boricua para conectarse con los públicos, con las grandes audiencias, sin pretender desestimar su alto carisma ante las masas. Sin duda; es un portento de artista popular, además con un sentido político de vanguardia. Pero cómo quedamos con la melodía ¿la posee? ¿lo podemos llamar con propiedad un cantante?

Habría que preguntarse si los reguetoneros tienen obras musicales trascendentes o ¿sólo trabajan con algunos elementos de la música, haciéndose muy básicos? Sus temas se pegan en las emisoras y luego desaparecen, se hacen humo, sin memoria alguna.

El sociólogo español Antonio Martín Cabello afirma que “los grupos musicales nacen y mueren a gran velocidad, fruto de las exigencias del moderno sistema de consumo”. Las señales de estos tiempos nos indican que la música ha entrado en un paradigma del ruido, en una estética fragmentada, que privilegia lo efímero, lo fugaz.

Raymond Murray Schafer (Canadá, 1933) compositor y musicólogo, piensa que “música es el sonido que te rodea, estés o no, en una sala de conciertos”. La Fania Record recogió en un arreglo magistral de Luis Perico Ortiz, el sonido de ambiente del Yankee Stadium, el sonido de los batazos, la llegada del metro subterráneo, el ruido de obreros martillando y taladrando en plena calle, en fin: registró los sonidos y el fragor que identifican a la ciudad de Nueva York. La producción fue realizada en 1979 titulada “Solo” el solista fue el neoyorquino Willie Colón.

En la década de los 60, artistas como Jimmie Hendrix y Janice Joplin reflejaban el sueño liberador de los jóvenes, quizá mejor que las teorías científicas de la crisis. Su música tenía una gran carga de agresividad, una pulsión violenta, hecha a base de notas largas, golpes, gritos y ruidos, sabiamente combinados, con una puesta en escena retadora, destrozando guitarras en pleno escenario. Lograron construir un universo simbólico donde habitaba el movimiento hippie, pero los jóvenes de este siglo XXI no lograron decodificarlo, porque estaban latentes otras estructuras del sentir musical, se produjo un desface.

El arte de los sonidos es un terreno intercultural, como bien lo plantea el antropólogo argentino Héctor García Canclini, es un producto híbrido, sobre todo por el impacto que han tenido en este nuevo paradigma digital las TIC (Tecnologías de la información y comunicación) sobre todo en la promoción de la música. Gracias a las TIC la música está en todos los rincones del planeta, se entrecruzan los folclores, existe una simultaneidad en la producción y difusión de contenidos sonoros, una actitud colaborativa entre los músicos del orbe.

¿Se imaginan que Tito Rodríguez hubiese contado con las TIC para dar a conocer su producción musical en los años 70?, o a Carlos Gardel en el decenio 1930 apoyándose en las redes sociales. El movimiento rastafari no tuvo la ayuda de los smartphones, ni de las laptos, ni de los telefónos satelitales, tampoco la TV en alta definición para impulsar el reggae de Bob Marley y The Wailers. Sin embargo, el reggae se hizo universal, y aún sigue vigente.

En este nuevo escenario mundial de las “smart cities” o ciudades inteligentes, ecológicas y sostenibles, como Barcelona, Curitiba, Monterrey, Tokio, Londres, Zúrich: ¿Dónde quedan las rumbas callejeras, las sesiones de descarga musical? ¿Se imaginan que la orquesta Fania All Stars hubiese contado con ese instrumento tecnológico para su promoción planetaria?; probablemente la salsa sería la música del mundo.

Desde mi tribuna de comunicador, he tratado de poner las TIC al servicio de la música zuliana, dando a conocer los iconos del género gaitero a través del lenguaje html y de las redes sociales. Estoy convencido que la tecnología y los medios digitales son el camino para preservar la gaita, para que llegue a las generaciones futuras. Vamos rumbo a los 100 años del nacimiento de Ricardo Aguirre y hacia las dos décadas de la partida de Astolfo Romero. Es nuestro deber y necesidad, promover sus temas en las redes, sus biografías, colocar sus imágenes iconográficas en el home-page de las páginas en la web y en los blogs: preservar sus obras musicales.

Carlos Marx nos enseñó que “la música es espejo de la realidad”. Por tanto, la gaita es el espejo de nuestra realidad venezolana; así como el tango lo es en la Argentina, y el candombe en Uruguay; el reggae en Jamiaca. En general, el folclor de cada nación americana se está revalorizando, tiene una nueva edad de oro. Aún con los ruidos que esto conlleve, con la algarabía no controlada que la música popular supone, ella es nuestro universo simbólico más importante. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman afirma: “Vivimos en un mundo total y verdaderamente politeísta, un mundo de interdependencia global y diásporas que se entremezclan, cada una llevando una tradición diferente, una memoria histórica y una herencia cultural”.

En el mundo actual en el que vivimos, de entrecruzamientos infinitos y diásporas, la música folclórica sigue creciendo dentro de un proceso identitario, sigue evolucionando, es parte fundamental de este nuevo paradigma del ruido y su nuevo concepto de la música. 








León Magno Montiel
@leonmagnom
leonmagnom@gmail.com







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