pide que el camino sea largo”.
Cavafis (Alejandría 1863-1933)
Pocos poetas han tenido tanta influencia en los creadores americanos como Constantino Cavafis. No solo en el ámbito de la literatura, también en las artes dejó su impronta. La fuerza y belleza de su poesía, la que durante décadas fue desconocida, y luego censurada, caló tan profundo en el corazón artístico del continente americano, que muchos poetas podrían considerarse hijos de su voz.
Cavafis fue el noveno hijo de un comerciante de Constantinopla y una mujer de artes domésticas. Su padre murió a temprana edad y la familia quedó en la errancia entre las capitales Mediterráneas. Cavafis, el surrapo de ese extenso clan, murió el 29 de abril de 1933, el mismo día que cumplía 70 años, enmudecido por un cáncer de laringe, terriblemente huérfano y solo. Sus restos yacen en el viejo cementerio griego, en la metrópoli fundada al norte de África por su ancestro guerrero Alejandro de Macedonia, en el año 332 antes de Cristo. Esa ciudad, fue el principal motor de su inspiración, de su poderosa obra, a la que amó y despreció por igual.
Mientras vivió, su poesía fue casi desconocida, circuló en hojas sueltas, en plaquettes rústicos, folletos de escasa fortuna. Hasta que en 1904 aparecieron impresos sus primeros 14 poemas, gracias al mecenazgo del novelista E.M. Foster, quien se impresionó con sus versos y los tradujo al inglés a mediados de los años 30. Así comenzó la tímida difusión de la obra cavafiana. Un siglo después de esa iniciación, ha renacido su creación, ahora con el reconocimiento mundial.
Constantino Cavafis era políglota, un cosmopolita auténtico, griego raigal que estudió en Liverpool, vivió en Estambul, conoció Francia y a sus grandes poetas. Habló y leyó en turco y en árabe. Fue un sabio conocedor del mundo panhelénico. Sin embargo, prefirió escribir en su lengua materna: el griego. Con el transcurso de los años, sus poemas pasaron la dura prueba de las traducciones y hoy en día es un poeta venerado en todas las lenguas. La profesora titular de la UNAM, Natalia Moreleón, una experta en lengua griega, afirma sobre la obra cavafiana: “Es innovadora porque a pesar de recurrir a vocablos arcaizantes del griego clásico, se libera de la rigidez de los cánones, creando su propia métrica”.
Al idioma español entró su poesía a mediados de los años 50, gracias a las traducciones de Pachi Aguirre, un sacerdote y catedrático de griego en la Universidad de Oviedo. Luego lo hizo el poeta catalán Jaime Gil de Biedma. En 1962 apareció en Málaga la primera edición en español, con sus poemas más celebrados:
“Iré a otra ciudad, iré a otro mar,
otra ciudad mejor que esta
Nuevas tierras no hallarás,
no hallarás otros mares,
la ciudad te seguirá,
vagarás por las mismas calles”.
En su juventud, luego de aprender con profundidad el idioma inglés, leyó a Shekespeare y a Wilde, fue su segunda lengua: llegó a trabajar como traductor. Escribió a finales de los 80 algunos artículos en inglés contra el imperialismo británico, uno de esos reclama la devolución de los mármoles Elgin, saqueados por los invasores británicos.
Luego de ver a su familia diezmada y arruinada, se dedicó a trabajar como funcionario del Departamento de Riego de Egipto, allí estuvo por casi por treinta años. En su intimidad, se rendía a la investigación de la historia de los imperios, a la lectura de los grandes clásicos de la literatura, y a escribir su poesía, casi en secreto. En su morada sosegada, ubicada a pocos pasos de su despacho, solía fumar mientras veía desde su ventanal, el mar, los derrelictos en su abandono, los buques que cruzaban el mediterráneo y le inspiraban su canto nostálgico:
“Regresa a menudo y tómame
sensación bien amada, regresa y tómame
cuando la memoria se despierte
cuando un antiguo deseo pase por la sangre
cuando los labios y la piel recuerdan
y las manos crean tocar de nuevo.
Regresa a menudo y tómame de noche
a la hora en que los labios y la piel recuerdan”
La que fue su casa, hoy en día es un museo muy visitado en la depauperada ciudad de Alejandría, el puerto de ultramar de pasadas glorias, la que llegó a ser el centro cultural y científico más importante del mundo.
El sociólogo y poeta peruano Enrique Sánchez Hermani (Lima, 1953) afirma: “Su vida y su obra tienen una simetría perfecta. Se ha convertido en un clásico, un poeta esencial. A pesar, de que en las décadas de los 60 y 70 lo quisieran reducir a una voz del movimiento homosexual, lo cual, sin duda fue desde su adolescencia”.
Constantino Cavafis es reconocido como una influencia profunda de muchos poetas americanos, su canto está presente en la obras de muchos vates que nacieron entre las heladas cordilleras de Canadá y las costas gélidas de la Patagonia, sus pampas interminables.
En la solariega biblioteca de Estudios Generales en el viejo aeropuerto Grano de Oro, comencé a conocer su obra en la década de los 80. Por esos años tuve el privilegio de escuchar al poeta Hesnor Rivera en su programa “La palabra y su sombra” en La Voz de la Fe 580, leyendo con admiración la lírica cavafiana; era como un regalo a la ciudad:
“Los hombres conocen lo que ocurre al presente.
Lo futuro lo conocen los dioses, plenos y
únicos, conocedores de todas las luces.
De los hechos futuros los sabios captan
aquellos que se aproximan”.
La UNESCO declaró el 2013 “Año de Cavafis” como tributo al 150 aniversario de su nacimiento. Propició homenajes al poeta alejandrino en todos los continentes, y declaró: “Por haber creado a lo largo de su vida vínculos entre las diferentes culturas del mar Mediterráneo, su enseñanza resulta sumamente valiosa a la hora de pensar problemáticas tan complejas como las de convivencia, interculturalidad o de tolerancia”.
En su obra se percibe el alma helénica, los rasgos de la cultura turca, y las formas más refinadas del ser inglés victoriano, es un complejo compendio:
“Frente a nosotros,
como una fila de velas encendidas,
-radiantes, cálidas y vivas-
están los días del futuro.
Los días del pasado son
esas velas apagadas.
Las más cercanas todavía humeantes,
las más lejanas encorvadas, frías, derretidas”.
El catedrático y poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio (Buga, 1945) afirma: “La obra de Cavafis gozó de escasa difusión en la Grecia de la Belle Epoque. Quizá por su prosaica frugalidad en el uso de adornos, su permanente evocación del ritmo hablado y el uso de coloquialismos”. Eso estaba contrapuesto a la tradición clasicista y ortodoxa de la academia helena.
En nuestra ciudad y en muchas otras ciudades de América Latina, los lectores siguen rindiendo culto a sus textos, recitándolo con una reverencia solemne, generosa y sin tiempo: lo que Cavafis nunca imaginó.
León Magno Montiel
@leonmagnom
leonmagnom@gmail.com