miércoles, 8 de julio de 2015

Crónica cruenta de la patria: bachaquear o no, he ahí el dilema

Sainete en cápsulas

Era una tarde con un sol secular e incandescente, con una intensidad sin miramientos. El cielo azul profundo, despejado y abierto a los compases de esta estrella refulgente, serviría como telón de fondo a un día para el olvido. Saliendo de la jornada laboral, llego de forma fortuita al frente del supermercado. Las alarmas emocionales se encienden al escuchar la llegada a ese recinto comercial del nuevo caviar nacional: pollo. Llamo a mi esposa para que se acicale e iniciemos una expedición para poder adquirir tan preciado producto. 

Esta acción tiene ahora el ribete grotesco de una enorme hormiga y que nadie entiende cómo se ha desglosado en un acometer diario. “Salgamos a bachaquear”, vociferé. Nuevo término existencial. Concepto de la estrafalaria subsistencia del venezolano. Bachaquear, la nueva moda urbana, labrada con el sudor angustioso de las carencias. 

Así comenzamos esta travesía de lo inhumano, para poder depositar en el refrigerador algo que en el pasado era rutinario. La cola extrema se convierte en un extraño encuentro para conocer nuevas amistades; en un pintoresco intercambio de tertulias políticas sobre la situación del país; en enfrentamientos pacíficos y sistemáticos sobre el pasado cuarto republicano y este advenedizo socialismo de aventuras por la supervivencia. 

De repente la cola kilométrica se disgregó. Se agolparon miles de compradores en la entrada principal. Allanó la desesperación a los clientes que no quería quedarse sin la posibilidad de tan ansiado insumo. Seguidamente deciden cerrar las rejas del local, quedando nosotros adentro, pero tapiándoles las posibilidades de ingreso a otros. Lentamente amainó el desbarajuste desenfrenado de los compradores. 

Mientras iban quitando las cédulas, volvieron a organizar la enorme cola. Las horas fueron pululando en desquicio, mientras el sol tostaba la piel y el cansancio hacía mella en las piernas. Tras cinco horas de espera, llegamos al umbral del local. En la entrada del establecimiento, teniendo sólo ocho personas delante, nos dan la nefasta noticia: se acabó el pollo. 

El dilema vital de la desesperación y el aturdimiento, se agolpaba en nuestras mentes. Sólo buscamos el alimento para el hogar, no degradar nuestro propio respeto como ciudadano. No recibimos regalías de las mafias, ni suculentos bonos por vender el hambre de nuestra patria en la frontera o en el inhumano mundo de la especulación. Sólo queríamos pollo. Mientras mi esposa ahogaba su crisis de nervios en sollozos, nos dignamos a retornar a la casa con las manos vacías, aunque con el corazón atiborrado desencanto. 

Como amante de la lingüística percibo el nuevo esquema semántico nacional. Salir de compras es ahora bachaquear. No sé si la Real Academia de la Lengua mitifique el término o sólo espere a que se esfume esta difícil etapa del país. Seguiré desmigajando mi presupuesto en anaqueles con costos elevados o acumularé fuerzas para emprender de nuevo, este itinerario atroz y brutal.









MgS. José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571

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